domingo, 6 de enero de 2008

He intentado tantas veces ponerme a escribir, pero siempre la hoja tiene como destino inmediato el cesto de la basura. Ésta es otra de las innumerables veces que me siento a intentar escribir algo, con la esperanza de poder finalizar este texto con un punto final, y no con una frase inconclusa. Entonces, prendo mi equipo de música, elijo una suave inspiradora canción, y con ella me dejo llevar hasta evocar alguna sensación que pueda plasmarla en el papel. He aquí una de ellas:

Reconozco que me llevó tiempo conocer el misterioso paraíso de los libros. Al principio, poder compenetrarme en cada hoja que leía no era una labor fácil. Mis ojos solían perderse en cada renglón, apuntando a un rincón infinito de pensamientos, que nada tenían que ver con la lectura. Hasta que los años fueron induciéndome a entrar en el maravilloso mundo de la lectura. ¡Vaya que lugar tan extraordinario! Mi padre fue el promotor de este descubrimiento. Recuerdo cuando me regaló unos de los primeros libros, “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Cuando comencé a leerlo, me resultaba muy difícil comprender lo que Neruda quería transmitir. Así que lo dejé guardado por dos años. En el momento que lo retomé, me sentí identificada con cada verso que leía. Fue allí cuando mi padre me dijo: Hay algunas cosas que quizá las leas ahora y te resulten inentendibles. Esto es porque tienen que ver con las vivencias que experimentas a medida que crecés.
Es cierto, cada uno es dueño de su tiempo y de las ganas de desentrañar el verdadero sentido de las palabras.

Punto final.

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