miércoles, 5 de marzo de 2008

1492: confesiones de un indígena


Hace ya varios días que vienen sucediendo hechos extraños, insólitos e inauditos. Nuestra isla se ha convertido en un ambiente caótico, imposible de estar. Creería que son sombras negras opacando nuestros días, nuestras vidas.

Por más que intente, no puedo recordar a ciencia cierta cuando sucedió todo, ya que de tanto desorden, se me han desacomodado las ideas, las emociones, y he perdido la noción de los días. Pero lo que sí puedo evocar de mi mente con precisión es lo que ocurrió: unos seres extravagantes de piel blanca, con todas sus partes del cuerpo cubiertas, llegaron a la Isla. Apenas se les puede ver las caras.

Tahuapán, el cacique, fue quien nos avisó. Llegó corriendo a las apuradas al templo donde yacíamos todos reunidos, para comunicarnos la espeluznante noticia. Inmediatamente, salimos todos de allí, y fuimos al lugar de los hechos. Y entonces: llegamos. Vislumbramos a lo lejos en el mar unas balsas gigantes, jamás vistas. El tamaño de ellas era cuarenta veces más grande que el de las nuestras, y la verdad es que ni siquiera se les asemejan. Fue una situación que nunca se me borrará de la memoria. Un momento extraordinario, un sentimiento tan único, que más lo sigo describiendo y menos lo creo.

Arribaron estas enormes balsas a la costa, y sigilosamente, nos dirigimos en dirección a ellas, y fuimos a recibir a los que estaban a bordo. De a uno fueron bajando. A penas los vi, sentí en mi esa sensación que te dice que están pensando lo correcto, ese instinto primitivo que me cautivaba a medida que contemplaba a aquellas criaturas, sí, a nuestros dioses. Merecían de nuestra parte respeto y veneración. Jamás hubiera pasado por mi mente un hecho como éste, nunca se me hubiese ocurrido que nuestros dioses llegarían de esta forma aquí, y menos aún me hubiera imaginado que podría tocarlos, sentirlos más cerca de lo común.

Anteayer nos mostraron todo lo que llevaban a cuestas. Una de las cosas q nos revelaron fue un palo largo, brilloso. De donde se lo agarraba era más angosto y opaco, y el resto del palo resplandecía y su punta terminaba en V. Cometí el error de agarrarlo de éste ultimo lado, porque apenas lo sostuve me dejó una herida cortante. Nos hacen continuamente gestos ininteligibles, no los entiendo, necesito ayuda para descifrarlos. Hablan una lengua incomprensible, y extremadamente rara.

Pero esto no fue todo. Hoy fuimos derrotados por el asombro, por el miedo y el espanto. Los dioses iniciaron sin ningún tipo de piedad los castigos que nos merecíamos. Desde sus balsas, colocaban en unos tubos negros anchos y largos unas bolas gigantes con fuego, y éstas salían despedidas del tubo de un segundo a otro, y caían aquí en la isla, provocando un estruendo muy lastimoso para nuestros oídos.

La isla se transformó en un estrambótico caos, lleno de imágenes lúgubres desde todos sus ángulos y perspectivas. Me hundí en una mentira y me deje engañar por estos monstruos, y ahora todo esto parece irrevocable. Perdí varios compañeros, y la isla ha dejado de ser un manso y plácido lugar, para convertirse en un escenario cruel y desgarrador.


(Escrito luego de leer "Los diarios de Colón")

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