domingo, 30 de marzo de 2008

Odio a los que se quejan, a esos que se viven quejando, y no le encuentran otra vuelta a la vida más que quejarse. Pero no detesto a los que se quejan por algo y lo cambian. Yo detesto a los que pertenecen a los de "mucho ruido y pocas nueces". Aborresco a los que se quejan y no hacen nada. Porque de eso viven, de la continua y permanente queja. Quieren buscarle a todo la famosa quinta pata del gato. Estan pendientes, atentos a cualquier problema que les pueda tocar para luego: QUEJARSE. Son suceptibles, y aparentan ser muy vulnerables. También son muy especuladores y para nada optimistas. Tienen una maldita costumbre de colocarse siempre en el lugar de víctima y creer que todo lo malo que les pasa se debe a que alguien esta conspirando en su contra. No creen en las casualidades, para nada. Y se resignan muy pronto a todo, porque creen que todo se consigue fácil, que todo está a su alcance, y que si hay algo que se debe conseguir por medio de la lucha no vale la pena, porque es una cagada. No tienen fuerzas para luchar, presumiendo que la comodidad es lo primordial, y la huída es la salvación para las soluciones.
Se olvidan, se olvidan de disfrutar algo: la vida (pero la verdadera vida). La pasan por al lado, la esquivan inconscientemente. Como están tan enojados con el mundo, tan encerrados en su propia nube de indignación, se olvidan de que todo puede cambiar (¿ahora entienden porqué digo que son pesimistas?). Pero más que olvido esto se asemeja más a la ignorancia, a una falta de saber, de saber que existen unas virtudes que no son ajenas a nadie... y que son la voluntad, el esfuerzo y las GANAS de mejorar.

Marina.


Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida.

Silvio Rodriguez.

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